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Ventana al sur, de Jorge Abot
Carlos García Osuna
Suplemento Cultural del Diario “Ya” Madrid, 18 de junio 1986.
 
Jorge Abot (Buenos Aires, 1941) lleva unos cuantos años residiendo en el Sur, pintando cada obra tras la brisa ondulante de un apacible mar que parece dormido (Madrid por extensión mediterránea), tratándose con hombres y mujeres absorbidos por la personalidad individual e irrepetible de las tersuras de sus cuadros, que indagan en una realidad múltiple que no puede desentrañarse totalmente, que deja descifrarse solamente algunos rasgos, como las amantes y los ancianos, seres humanos vulnerables cuando ya nada pueden ocultar.

Y eso pasa con estos poemas en color de Abot, que guardan celosamente algunos de sus valores, pues saben que lo explícito conlleva el germen de la destrucción, y quizá no exista caja más hermética que la memoria, que solamente se abre a otras luces, se deja conquistar por otros corazones, cuando aquéllos asumen que el árbol -el hombre, el artista- quiebra por lo más débil, pero siempre hay luz. Los cuadros de esta exposición han sido realizados entre 1985 y 1986, siendo en su mayor parte óleos y collages sobre lienzo. Abot va pintando el soporte y va pegando papeles finísimos pintados, que rompen o adquieren rugosidades muy sugerentes, porque el Sur es un recuerdo Trascendido.

Los papeles ocre pegados, que fragmentan el plano dinamizan la composición, además de llevar a cabo una interacción con el mismo que fuerza de vivacidad la arista compositiva, aparte de conseguir que su particular iconografía aísle o expansione los otros aspectos esenciales de su pintura, de su expresión plástica.
El cromatismo brota como elemento magmático incontenible, sobre todo rojos, azules, negros, blancos y amarillos, componiendo banderas que ondean sin nacionalidades geográficas, exclusivamente representando a la libertad como patria indivisible, y demostrando que todos los hombres son capaces de enfermar de melancolía y sentir la nostalgia porque se canta y se ama más lo que se ha perdido, y el vértigo del color incendia la palabra, ya que el hombre como la hierba seca arden, que decía Hölderlin.

Los dos mejores cuadros de la muestra son los titulados “Elegía” y “Elegía por un amigo”, y en el primero los planos superpuestos linealmente dan una apariencia de libertad absoluta. La segunda obra citada combina el trazo grueso de los negros luctuosos con rojos sangrientos en la parte opuesta, y en el centro, con predominio de rosas y blancos, se convierte en una superficie diáfana.
(Galería Kreisler 2. Hasta el 12 de julio. De 80.000 a 450.000 pesetas.)