Espléndido pintor argentino hoy radicado en España (¡qué pena!, tendría que volver). Para dar idea de la índole de sus obras, convendría, con reservas, en llamarlas informalistas. Con el caos aplacado y dominado y organizado sin una sola vacilación. Esplendor del color, intenso y grávido, y armonía y contrapunto de las grafías, apasionadas, que lo subrayan o que lo liberan, en una catarata de sensaciones, todas ellas muy levantadas. Porque, pese a que Abot trabaja la materia con ahínco, sus cuadros son profunda y extensamente espirituales. Alcanzan una dimensión metafísica palpitante y, por eso mismo, más estremecedora. Superficies trémulas que ondean en su propia intensidad. Rasgos esparcidos sobre la tela, claves de un temperamento ceñidamente interior y que, sin embargo, no se queda dentro de sí mismo. Luz, mucha luz, lago agitado sobre el cual se posan las aves del frenesí. Magnífico, enorme artista a quien le ha sido otorgado conceder la paz a través del fragor de una guerra que es, desde antes mismo que comience, victoria.
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