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Un pintor argentino en Madrid
Pedro Giacaglia
Diario La Capital Rosario. 10 de enero de 1988.
 
Hay mil formas para conocer a una persona. Les cuento cómo nos conocimos con Jorge Abot. En el número 24 de la revista argentina “Arte al día” leí un trabajo sobre su pintura y más adelante un trabajo titulado “Centro de Arte Contemporáneo Reina Sofía”, firmado por Jorge Abot. Me gustan sus obras allí reproducidas y su artículo es claro, didáctico, informativo. Me gustan las dos cosas, su pintura y cómo escribe. Y entonces me dije: este pintor es un poco como yo pinta y también le gusta escribir. En su nota figuraba como representante de la revista en Madrid, estaba su dirección y le escribí. A vuelta de correo recibí una carta muy simpática y un hermoso catálogo de reproducciones en colores de su última muestra en Madrid en galería Kreisler Dos en 1986. Pero sobre todo me decía que haga el viaje, que sería muy grato conocernos personalmente. Como tenía casi listo mi viaje de 60 días a Europa, fue fácil volver a escribirle para decirle que aproximadamente en abril estaría en su taller para charlar largo rato cara a cara.

Y así fue. Una tarde en abril caminaba por Madrid hacia su taller en la calle Lagasca. Como era muy temprano me quedé mirando los jardines de algunas plazas con tulipanes rojos y el césped bien verde, tulipanes amarillos y pensamientos azules. Ese complementario pictórico lo fui viendo en muchos parques y paseos de Madrid, que -como era primavera- estaba resplandeciente de verdes y de flores. Y cuando entré a su taller y vi sus cuadros, sus grandes cuadros apoyados en las paredes, de alguna manera sus grafismos, la “escritura” de sus telas, vaya a saber por qué me trajeron al recuerdo esas largas “escrituras” de tulipanes, pensamientos y césped que acababa de ver en todos los sitios recién recorridos.

Su pintura es abstracta, en el más elevado sentido del término, pero en ese momento del enfrentamiento recordaba las manchas de color en las plazas, sobre todo cuando la visión era un poco desde lejos, las flores se confundían con tallos y verdor y el todo me daba en ese momento mucho de lo que Jorge Abot había volcado en sus telas. Le comenté mi sensación y me dijo que si lo sentí así con lo que él siente al pintar un cuadro. Cuando trabaja sus telas hay un despojo del tema camino hacia la pintura con una severa ligazón entre los signos, las grafías y el chorreado gestual, propio, sin servidumbre con nada que sea pasado, siempre hacia la concreción de la forma-futuro, sin miedos.
Viendo sus telas recuerdo algunas palabras de Kenneth Kemble, cuando dice: “…esa aventura única y fascinante de descubrir el futuro incognoscible y que se puede lograr solamente cuando no se tiene miedo. El miedo al ridículo, el miedo a equivocarse, el miedo al qué dirán, el miedo a lo que puedan opinar las autoridades pertinentes. El miedo, también, a no ser considerados partícipes de la moda del momento, establecida por determinadas “elites” influyentes…”

Desde los jardines de Madrid hasta las palabras del argentino Kenneth Kemble, en un extenso arco distendido, veo la obra de Jorge Abot, una pintura libre, sin encasillamientos, fuerte, sensible y a la vez muy grata al ojo que la mira y la vuelve a mirar. Y Jorge  me muestra muchas telas y cartulinas en gran tamaño, algunas no tan recientes, y luego todo lo nuevo, parte de lo que expuso el año pasado en Madrid y lo que está realizando para su próxima muestra en Buenos Aires, en septiembre, en galería de arte Van Riel.
En el catálogo que me mandó figuran en color varias obras muy buenas, pero recuerdo muy especialmente una en tierras, blancos y negros. Ya no la tiene en el taller. Está colgada en la casa del embajador argentino, que la adquirió cuando su muestra del año pasado en Kreisler Dos en Madrid.
Charlamos de mil cosas, pero nos detuvimos un largo rato hablando sobre la obra del gran pintor español Manolo Millares. Él también lo admira como yo lo siento y, como hacía muy poco que había regresado de mi visita a Cuenca, le conté mis emociones ante la obra de este gran pintor de España.
Y me sigue mostrando sus pinturas. No todas tienen nombre, pero algunas son “Banderas rotas” y, sin tener nada que ver con la obra de Manolo Millares, hay sin embargo una idea, un sentimiento, que los une. En Millares son cuerpos rotos, despedazados, en Abot son banderas rotas, sin nombres, ni colores, pero que él inmortaliza a su manera, con su color personal y su grafismo. Banderas rotas, cuerpos destrozados, los une una sola palabra a estos dos grandes artistas, y esa palabra tan querida es libertad. No hay ataduras a nada, son dos pájaros libres, melancólicos, feroces por momentos, y a la vez vuela sobre ellos una comprensión inmensa y están enraizados firmemente con el arte y todas sus maravillas.

Y también nos vimos fuera de su taller ¿fue casualidad? En la magnífica muestra de Cy Twombly en el Palacio Velázquez, que está en el Parque del Retiro. La muestra, superinteresante, la caminamos con asombro y admiración hacia este norteamericano que vive en Roma. Comentábamos cada obra y fue realmente una tarde inolvidable. En un libro de Roland Barthes leo que  “…Twombly parece ser <anticolorista>. Pero ¿qué es el color? Ante todo, un placer, y este placer existe en Twombly. Para entender esto habría que recordar que el color  es también una idea (una idea sensual). Para que haya color (en el sentido placentero del término) no es necesario que le color se someta a medios enfáticos de existencia. No es necesario que sea intenso, violento, rico, ni siquiera delicado, refinado, raro, ni tampoco extendido, pastoso, fluido, etcétera. En resumen, no es necesario que hay afirmación del color, instalación del color. Twombly no pinta el color, lo más que se podría decir es que lo colorea…”
La casualidad de este encuentro viendo la pintura de Cy Twombly nos acercó más a la pintura pura, a charlar de la suya, que me interesó desde aquellas reproducciones en la revista de arte argentina, a toda esta importante serie que me fue mostrando en su taller. Sobre la tela o sobre la cartulina que ya está ligeramente coloreada, un fino papel pegado en largas tiras, ligeramente arrugado, atraviesa en horizontal o vertical (según la posición de los planos), y sobre ellos la pintura mordiente de negros, rojos, azules y amarillos y gamas aproximadas, conformando una escritura original, propia, suficiente.

Dice Héctor Tizón al referirse a la obra de Jorge Abot que “…el interés de quien viene a ser el destinatario de una obra de arte no debe esforzarse por ir más allá, no debe desesperarse por buscar conexiones <realistas> o aparenciales. El artista, al crear, abstrae, sublimiza el objeto específico, lo deja sólo en su íntima apariencia, o va de la abstracción a la connotación; siendo esto exacto, todo intento de hallar familiaridades, bucear en busca de la forma  que yace bajo su similaridad, es no solamente vano, sino erróneo…”
Nació en Buenos Aires en 1941. Es licenciado en sociología. Ejerció la docencia en varias universidades del país. Al mismo tiempo, estudió dibujo y pintura con el maestro Demetrio Urruchúa. En 1974 dejó definitivamente la sociología para dedicarse a la pintura y a su enseñanza. Se radicó en Madrid.
Su taller es un amplio sótano con ventanas a la calle y varias salas con cuadros prolijamente ordenados y cajoneras donde guarda dibujos y pinturas en papeles y cartones. Nos envuelve ese olor tan particular de los talleres vivos, encendidos de trabajo, con muchas obras terminadas, secas, y las nuevas frescas, donde el pincel recorre espacios y sensaciones. Aparentemente Jorge Abot es callado, pero se enciende su gesto y brota su palabra cuando en la conversación el nerviosismo que nos arrebata hablando de pintura, de pintores y de todo el envolvente mundo del arte, nos despierta la emoción de la palabra y nos ata más fuerte en la amistad tan nueva y sin embargo tan sentida por ambas partes. Y todo se acrecienta en un almuerzo de despedida en su departamento con Monis, su encantadora mujer, y las tres gracias que son sus tres hermosa chicas, graciosas, inteligentes y con ese particular tono al hablar “a la española”. Una hermosa familia.

Con Jorge Abot caminamos por calles de Madrid mirando esculturas en parques y paseos y vimos una de Manolo Gómez Raba y las de Rivera, Chillida, Palazuelo, Serrano, Chirino y de muchos otros importantes escultores de España siglo XX. También hablamos de Buenos Aires (la nostalgia) y sus artistas y su próxima muestra en galería Van Riel, donde nos volveremos a encontrar en septiembre.
Vuelvo a sus cuadros. Varias tardes llegué a su taller cuando estaba pintando. Con el cuidado del que siente muy hondo lo que hace, Jorge Abot agregaba un color en grafismo, en plano, en fino papel pegado. Parecía un ritual: él con su obra, yo sentado mirando cómo desarrollaba su culto en el nada fácil tiempo del arte. Y así la gran obra crecía, y el pintor creaba en silencio, sin soberbia, con el amor de lo que pertenece por nacimiento y desarrollo. Lentamente afirmaba un plano, dejaba que el negro mordiera fuerte o ponía un rojo, llameante señal que nos arrebataba el ojo mirón, severo juez del momento que el artista sellaba con su talento ese espacio elegido. Siempre así, casi sin palabras pero con mucha personalidad.

Y me fui por última vez de su taller y, regresando por los parques y jardines de Madrid, volví a recordar aquella primera impresión de tulipanes rojos, amarillos y césped verde y pensamientos azules y el todo me cobijó un gran plano con collage en fino papel, recorte de algún diario, el negro, el rojo, el azul, el amarillo. Ya su pintura está muy hondo en mi sentimiento y Monis y las tres gracias ya están también muy cerca de mi corazón. Ya tengo amigos en Madrid, y eso es la mejor fortuna.
Jorge Abot, un pintor argentino en Madrid que, como muchos argentinos fuera de la tierra de nacimiento, siente la nostalgia pero crea belleza en su sótano con ventana a la calle en Lagasca 138.