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De caminos y pinceles
Rafael Squirru
La Nación. Buenos Aires, 7 de octubre de 2001.
 
Acabo de ver una muestra estupenda del pintor argentino Jorge Abot; mi calificativo no pretende ser ditirámbico ni exagerado. Desde que Abot retornó de España hacen ya unos cuantos años he seguido con atención su trayectoria, que como ocurre con los auténticos creadores es cada vez de creciente calidad plástica y de una afirmación rotunda de su personalidad.

Abot pertenece a la categoría de los artistas que todavía pintan. No teme a las implicancias de la creatividad; cada vez mayor esfuerzo, cada vez mayores las dificultades que tendrá que superar. Esfuerzo y dificultades es lo que esquivan los que prefieren seguir caminos cortos, aunque sospechen que no conducen a ningún lado. Abot no teme a los grandes tamaños; en sus trípticos que ocupan ambas paredes extremas de la sala, logra sostener la misma fuerza y el mismo lirismo que en sus composiciones de tamaños menos ambiciosos. Lo que siempre está presente es el vuelo poético de sus trabajos. Abot trabaja sobre telas preparadas con aserrín a los efectos de lograr mayores texturas, pero lo que me interesa destacar es que nunca queda enla superficie del soporte. Cada color, cada signo, penetra en la hondura de la tela, lo que le permite a Abot hablarnos de su interioridad desde la interioridad de sus pinturas. Así lo demuestra su homenaje a Torroja. Este es el logro de los verdaderos pintores, el que con razón temen quienes carecen de esta pasta.

Los espacios mayores y menores están surcados a menudo pr bandas negras que nunca escapan a la bidimensionalidad del cuadro. En oportunidades no faltan collages y las escrituras, siempre cumpliendo funciones plásticas. Esto se hace más notorio en sus dibujos en los que Abot nos revela los más íntimos secretos de su estilo. Muestra para satisfacer los nervios ópticos más exigentes y para nutrir a quienes busquen en el arte alimento espiritual.
(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 14 de octubre.)