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Jorge Abot: las paredes de arena
Javier Rubio Nunblot
El Punto de las Artes. Madrid, marzo de 2003.
 
Significa esta exposición en el Círculo el reencuentro con la obra plena de sentimiento de Jorge Abot (Buenos Aires, Argentina, 1941), un pintor que se afincó en España a finales de los años 70 y regresó a su tierra en 1990, dejándonos quince individuales, decenas de colectivas y su presencia en aquellas primeras ediciones de ARCO en las que se esbozaba un improbable "retorno a la pintura". Y aquí, gracias a un montaje impecable, con pocas y escogidas obras, que se relacionan entre sí gracias a sus formatos, nos envuelve esta obra siempre cálida, de mágicas materias unidas a la arena, al humo y al sol: en la obra de Abot resplandece lo que en otros es vacío estéril, cobra sentido lo matérico, se torna mágico el vocablo semienterrado y hasta un humilde papel de periódico deviene tesoro porque destila sentido.

"La pintura de Abot refleja el paso del tiempo como una acumulación de signos, gestos y manchas: la decantación de la memoria a través de la noche de los tiempos y la explosión de luz que funde la historia", dice Calvo Serraller ante estas paredes de la caverna en las que una mano presurosa ha grabado un mensaje, entre viejos recortes de prensa. Lo arcano y, antes aún, lo telúrico, en un encuentro imposible con el presente y más aún, la actualidad: la obra de Abot es eso pero es, sobre todo, el embrujo de la pintura por sí misma, un poder de seducción que posee también, por poner un ejemplo cercano, la obra -también cálida, sencilla, hechizada e inapelable- de un Hernández Pijuan. Y si comparáramos los grandes cuadros amarillos o negros de Abot, flanqueados siempre por su orla de papel de periódico, con los cuadrados monocromos y vacíos de Pijuan, enmarcados con un trazo irregular, llegaríamos a la conclusión de que lo que en uno es natural elegancia mediterránea, en el otro es dolorosa introspección; el uno busca lo puro en el hombre, el otro en la historia: hay aquí "una caligrafía ya puramente gestual, como recordando el origen rítmico, pre-conceptual de toda escritura, en la que primigeniamente la forma -su movimiento- lo dice todo", continúa el crítico. Cuadros hechos de franjas rojas, negras y ocres, deliciosos collages con partituras y manchas, grafismos y rayados, pieles de arena y ceniza... La obra de Jorge Abot envuelve al espectador en este magnífico montaje.