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Jorge Abot: de tierra y espacio
Juan Antonio Tinte
EL Punto de las Artes. Madrid, enero de 2008.
 
No es vano señalar que la estética donde la ausencia es un lleno de ecos, no deriva ya de la solicitud expresa de buscar reducciones a propósito de las formas. El espacio es en sí mismo un objeto que en su tratamiento deja sentir más clara su singularidad en la referencia exonerada. Así Jorge Abot penetra en los interiores de la pintura. Se llena de ella y los matices en los que cada color se desarrolla. El ejercicio deja ver la huella de la acción como leves heridas que van dibujando la piel en forma de textura y tierra tomada para regular las partes buscando la arquitectura de lo esencial.

En efecto, la pintura de Jorge Abot resulta ser un universo donde lo telúrico se deja ver en los vértices de esas fronteras cromáticas donde, el autor, se ejercita en el rigor de un juego estético capaz de ser tierra o altar, muro o corredor por el que internarse con la sensación inequívoca de encontrarse interno.

La muestra que ahora presenta en la galería Kreisler, cuenta con un importante número de obras que convierten el espacio expositivo en múltiples y enigmáticas puertas que refuerzan la entidad y el aplomo plástico que destila la alternancia rotunda de los cromatismos de tacto. En este sentido se hace posible entender que esa ausencia de referencias objetuales, nos sitúen en los límites donde la imaginación no tenga lugar de ser para encontrar, pues, en los recodos de cada obra, se hallan impresas las insinuaciones de orden formal de aquello que son. Y es que cada obra es en sí misma lo que indica. Y tanto sus formas, como su definición, nos hacen ver el territorio de una experiencia emocional con el soplo de la erosión a modo de pátina que el desgaste convierte en palimpsesto donde lo escondido es todo cuanto la superficie disfruta.

Así, es fácil presentir horizontes continuos de contraste pétreo versado en colores encontrados que, en ocasiones, llegan a la verticalidad acumulando en la intención de ascenso y gesto, el sentido ascético del silencio que encierran estas obras como mapas y paisajes de la geografía de mística contenida.
(Galería Kreisler. Hermosilla, 8. Hasta el 9 de febrero.)