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Diálogos de Taller 2
Jorge Abot entrevista a Patricio Court.
Diario Educación. Publicación de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Madrid, diciembre de 1986.
 
Patricio Court nace el 19 de enero de 1941 en Santiago de Chile. Estudió pintura, grabado y escultura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile. Fue profesor auxiliar y posteriormente catedrático del curso Forma y Color en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile y director del Museo de Arte Popular Americano de dicha Universidad. Desde 1974 reside en España.
Exposiciones individuales: 1970. Museo Nacional de Bellas Artes, Santiago de Chile; 1971. Galería C.A.L., Santiago de Chile; 1978. Galería Ovidio, Madrid, España. Washington World Gallery, Wash. D.C., U.S.A.; 1979. Galería Rapanui, Caracas, Venezuela; 1980. Galería Sandiego, Bogotá, Colombia; 1981. Galería Roma y Pavía, Oporto, Portugal. Galería Quadrum, Lisbboa, Portugal; 1983. Galería Arte Actual, Santiago de Chile; 1984. Galería AELE, Madrid, España. Galería Helmut Léger, München, Alemania; 1986. Kunst Fourum, Arnsoerg, Alemania, y Galería Helmut Léger, München, Alemania.
Desde 1965 participa en numerosas exposiciones colectivas. En 1974 obtiene el Premio Nacional en el IV Festival Internacional de Pintura Cagnes Sur Mer, Francia. Expone en Panorama ´78 en el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, España; en Washington Hispanic Artist Exhibit, Estados Unidos; en Arco ´84, Feria Internacional de Arte de Madrid, España; en Arte Feria ´84, Bologna, Italia; en Art´15´84, Basilea, Suiza; en Helmut Léger Gallery,  Court/Abot, München, Alemania; en Materia y Gesto, Galería AELE, Madrid, España; y en Art´17´86, Basilea, Suiza, con Galería AELE de Madrid.
Sus obras se encuentran en el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago de Chile, en el Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de Chile, en el Centro de Arte Moderno de Lisboa-Fundación Gulbekian-Portugal y en el Museo Municipal Bello Pineiro, Ferrol, España.
 
En una calle paralela al Parque del Retiro -lugar de encuentro y disfrute de los madrileños-, en una casona antigua, vecino de otros pintores y diseñadores que comparten un patio viejo cuyo cielo está oculto por la ropa colgada de los habitantes de pisos superiores, está el taller de Patricio Court. Un largo rectángulo con dos habitaciones pequeñas adosadas. Todo rezuma color, pintura. Sobre todo trabajo, esfuerzo. Hay un cierto orden en esta babel de papeles pintados, telas teñidas esperando convertirse en color, esparto, agujas, cáñamo, colas, cuadros apilados contra la pared, calcos para serigrafías, proyectos en papel, carteles de exposiciones que hablan de un caminante.
La pared sobre la que Patricio trabaja muestra claramente los impactos de su tarea.

PC: - Tengo que pintarla de blanco, ya no sé dónde termina la tela.

A veces pienso que Patricio desaparecerá en esa pared convertido en pintura. La obra de Court es su prolongación.

PC: - Mira, yo entiendo la pintura como un camino hacia el logro de la libertad. Poder colocar con absoluta osadía cualquier elemento que caiga en mis manos, apropiármelo, convertirlo en forma, en color. Yo la entiendo como el logro de no estar amarrado frente a la pintura, nadar en ella con total soltura.
Ese es mi trabajo ahora. Yo adhiero, pego, corto, trituro, zurzo, coso. Yo buscaba y busco una prolongación de mi ser. Yo me vuelco entero. Hay un deseo de diálogo total, corporal, con los materiales. Trato en cada obra de estar por completo.

No terminó la frase, salió disparado hacia la pared. No parece muy correcto llamar tela al soporte en que trabaja. Tomó un pincel, un bote azul, describió una pirueta, retrocedió, volvió hacia la pared. La danza tomó otra dirección.

PC: - Ahora está mejor. Estaba confuso. Ahora está bien.

Patricio hace doce años que dejó Chile. Deambuló por París, una masía en Cataluña, Ibiza, finalmente Madrid.

PC: - Resumiendo estos doce años te podría decir que yo he pintado con mayúscula aquí, en Europa.
Aquí llegué a concebir la pintura de un modo distinto, como algo pegado a mí, más vivencial. Necesité de un aprendizaje. Me di cuenta de que no sabía nada. Tenía treinta y tres años y en Chile había hecho un camino. Fui profesor universitario, incluso como pintor tenía cierto nombre y sin embargo cuando llegué y ví cómo se trabajaba, cuál era el grado de exigencia, cómo se hacía, me di cuenta de que no sabía nada, absolutamente nada.
Comencé entonces un nuevo camino y naturalmente mi pintura sufrió unos impactos feroces. Al año ya me sentía distinto, con un lenguaje distinto, buscando un lenguaje más universal, menos literario.
En Latinoamérica, por las circunstancias de nuestro continente, increíblemente dolido por tantas cosas, se tiende a hacer un tipo de pintura muy particular, muy de denuncia por un lado y por otro de notable influencia surrealista. Está cargada de anécdotas y al sacarla del entorno que le da origen, en la mayoría de los casos pierde su valor.
Lo que te quiero remarcar y a lo que voy, es que a mí me ha dejado de interesar la pintura de ilustración, la que trata de contar cosas.

Le interrumpo para decirle que no sólo en Latinoamérica se dan los pintores que tratan de contar, describir…

PC: - Para decir, contar, la literatura. La pintura es otra cosa.

Ahora está recortando unos papeles de colores que superpone, quita, pega, arranca, deja, pinta.
Me quedo en silencio. Patricio se ha ido tras el gesto, un gesto que es como un grito sobre la pared.

Le pregunto si en esa búsqueda de lo universal no se olvida de sus raíces, pregunta que sólo trata de sacarlo de la tela, de la pared, ya que esa informe mezcla de colores y materiales me recuerda tanto a nuestro Sur, por su violencia, por lo rotundo de su color, por la alegría y el drama que contienen.

PC: - Uno no deja nunca sus orígenes. Yo sigo siendo de allá. Mi última obra es profundamente sudamericana; pero insisto en que mi búsqueda evita caer en cualquier regionalismo.
Uno nunca pierde sus raíces, eso está claro. Yo soy pintor que quiere tener un lenguaje universal, pero un pintor latinoamericano. Eso está clarísimo. Te pongo de ejemplo a Matta, tantos años fuera de Chile, con un lenguaje y reconocimiento universal, pero ante su obra sientes que es un pintor latinoamericano.

Le apunto que ese reconocimiento a Matta, a Soto, a Botero, a Leparc, por citar algunos, les ha llevado veinte años de alejamiento de sus países.

PC: - Sí, es una vida entera que tienen que dejar, y no siempre se consigue un reconocimiento que compense ese exilio. Yo he visto pintores sudamericanos que se deshacen en Europa o en Estados Unidos. No resisten la embestida de lo que te exigen. Venimos mal preparados. Pensamos que exponiendo una vez en Europa, ya está. Y no está nada. Eso no sirve. En nuestros países apenas si existe el mercado del arte y en Europa éste existe con todo lo que significa: mayores posibilidades, pero también todos los vicios que cualquier mercado tiene. No basta con tener talento, con hacer buena pintura. Hay tantos elementos extrapictóricos alrededor de la carrera de un artista, que se hace muy duro. Cuando la obra sale del taller es una mercancía con un valor pegado, con un marketing, con montajes alrededor de tal o cual pintor o movimiento, con modas que invaden el mundo y que luego desaparecen así como vinieron.

Le indico que detrás de esas obras hay pintores de carne y hueso.

PC: - Sí, pero hoy los miman y mañana los tiran.
Las modas creadas por críticos, promotores, marchantes, medios de difusión, ejercen una enorme desorientación en el público del arte y, sobre todo, y esto para mí es tremendo, en los jóvenes pintores. Se apartan de su propio camino expresivo ante la tremenda fuerza con que se trata de imponer a tal o cual movimiento. Y se destruyen.
En este momento de confusión me interesa, me importa la actitud el pintor. No me interesa el pintor que se acomoda a las modas o que se amanera en lo suyo, otra forma de destrucción.
Me interesa aquel que busca ser persona en la pintura. Me gusta más el que buscando el riesgo se equivoca, que el que no quiere correr ninguno y se adocena en una imagen que le produjo algún rédito, sea económico o de crítica.
La aventura o el riesgo tampoco son válidos si se buscan en sí mismo. Muchas veces encubren el desconcierto. Deben buscarse con el objetivo del crecimiento de la propia imagen. No creo en los saltos al vacío, ni en aquellos que se “arriesgan” buscando una imagen prestada.
Creo en la aventura, en el riesgo de ir constituyéndose como persona.
Yo busco ser coherente para obtener un lenguaje que me pertenezca. Mi obra está amarrada, una detrás de la otra, en pos de mi desarrollo expresivo, de profundizar mi lenguaje, de constituirme como persona. Para mí la pintura es un método de conocimiento, un método para reconocerme. Es una forma de ser hombre. Y eso es lo importante.

Recordé el epílogo de “El hacedor”, de Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

Me quedé en silencio observando cómo trabajaba. Ese continuo deambular por el taller desarrollando una interminable sucesión de actos vibrantes, creativos. Recortar, seleccionar, pegar, quitar, pintar.

Un volumen de esparto que adquiere una forma que sólo en su inconsciente está, un color que su memoria registró sabe Dios en qué momento y que ahora vuelve y se incorpora en un gesto nuevo, azaroso y sabio. Gestual e inteligente. Rotundo.
Ahí, sobre la pared, una obra bella, inquietante, comenzaba a cumplir su destino.
Aquí, de este lado, había un hombre inacabado que me invitaba a tomar un café.