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Tres jóvenes expresionistas |
Luis Ángel Aubele
Leído en Radio Municipal por su autor.
Buenos Aires, octubre de 1967. |
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El camino lo marcó, de alguna manera, Demetrio Urruchúa, en su deambular por buhardillas, “quartiers”, almacenes y ateliers, de San Telmo, París o Roma. La pintura del viejo maestro, fuertemente enrraizada en lo humano -con su melancolía, tristezas y alegrías simples- participó de un período rico de la plástica nacional, al cual concurrieron Berni, Spilimbergo, y muchos otros. Si bien todo este tipo de forma se nutre en lo específicamente humano, de tanto en tanto, y tal vez por prolongación de ese existencialismo melancólico, el tema entra en lo onírico y el expresionismo se transforma lentamente en un surrealismo gris de tarde invernal.
Desde su taller-escuela en el barrio Sud, el maestro con su aspecto de viejo anarquista español, burlón y anecdótico, imparte su experiencia a las jóvenes generaciones que reemprenden su camino con nuevos y a veces insólitos aportes.
Jorge Abot, Daniel Costamagna y Jorge Estomba, son tres jóvenes apóstoles del expresionismo de Urruchúa. Es decir, son tres nuevos profetas que salen a la ciudad desde las paredes de la Galería Lucense para dar el antiquísimo y renovado mensaje del “hombre en su carne aquí y ahora”.
Toda el área casi sin contornos del expresionismo con sus distintos matices, denota siempre una preocupación profunda por el ser, tomando como base el contorno de trazo grueso y rebelde. Esta rebeldía a veces es sólo la figura cansada y vencida a la manera de Gutierrez Solanas o los portadores de “mangos” de Diego Rivera, otras directamente grupos violentos de hombres sin alternativas a la manera de los “Espartacos”, Siqueiros, etc.
En realidad, la rebeldía existe, porque, aunque la imagen sea la del hombre alienado y vencido, de hecho su figura denuncia un tremendo vacío social. Tal vez, todo pintor expresionista sea en lo íntimo un espíritu perforado por una pena sin fondo y la plasmación de esta angustia se de en estos retratos de hombres y mujeres que buscan simplemente un “lugar al sol”, para entibiar su tristeza.
Por otra parte, habría un elemento fundamental que oscila entre lo geométrico, psicológico y en síntesis: telúrico, y es que el expresionismo es por excelencia una forma latinoamericana. Porque si bien la escuela nace en Alemania, nutrida por los viejos grabados de Durero y el aporte de los franceses Gauguin, Lautrec y Soutine, el fenómeno que se da en América Latina tiene ribetes distintos. La Escuela americana renuncia a los efectos cromáticos, y deja paso a la figura de trazo fuerte. La “expresión” la dan los músculos flácidos, la mirada intensa o las gruesas ojeras de vigilia y miseria. En el caso de Abot, Costamagna y Estomba, este proceso ha dado otro paso, porque la forma medio indígena de los muralistas mejicanos o Spilimbergo y Gómez Gornet, se transforma necesariamente al llegar a la ciudad, y pierde primitivismo al desdibujarse entre el hollín de las chimeneas de las fábricas y las paredes húmedas de los cuartuchos de pensión.
La preocupación es la misma, pero los jóvenes discípulos de Urruchúa tienen los ojos empañados por una realidad de textura distinta.
Y así, desfilan: “Graciela y el gato”, “Los musicantes”, “La fábrica”, “La casa vieja”, desnudos y estudios, en un carrusel de corte de los milagros, donde hay una profunda tristeza y llamado de atención, pero al mismo tiempo, una búsqueda de amor al arte y a los hombres.
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