OBRAS
TEXTOS
biografia
CONTACTO
 
 
ensayos
entrevistas
crÍticas
diÁlogos del taller
escritos
 
Fernando Zamanillo
Santander, enero de 1982.
 
Cuando la pintura es pintura y sólo eso, hacemos un peculiar gesto de extrañeza ante la aparente nada de una superficie más o menos coloreada, más o menos densa de materia, más o menos recorrida de puros signos que han ido naciendo al paso del pincel, de la espátula, o de cualquier otro útil. “Eso es nada”, decimos, y fría, desinteresada e incluso despectivamente nos apartamos de la obra, sin tan siquiera darnos cuenta de que hemos dado la espalda a su verdadero y único significado: ella misma, por sí y para sí.
Conocí a Jorge Abot, en un momento en que intentaba desprender su obra pictórica de tora referencia objetual realista y en la que toda la estructura de construcciones visuales más o menos concretas se iba deshaciendo o diluyendo en puras manchas de color, que entraban en interacción entre sí mismas, superponiéndose o confrontándose en contrastes cromáticos.
Desde entonces, hace ya dos años, ahora su obra ha quedado ya totalmente desprovista de anécdotas. Es otro el problema que le mueve a Jorge Abot a pintar, y es que aunque parezca simple decirlo, sencillamente pintar, no representar, más allá del fenómeno, o en este mismo, en el color, en la mancha, en la materia, que son tres cosas en las que él se recrea, a veces con insuperable exquisitez y a veces con violencia desgarrada, brillante, magníficamente barroca, además de transparente. Su obra se instala en el terreno de los sentidos y en el de los sentimientos visuales, en la armonía y en la agonía del color.