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Jorge Abot
La abstracción sugerente
Rafael Squirru
Presentación de catálogo de la exposición en el Espacio Cultural de la OEA.
Buenos Aires, mayo 1993.
 
Acierta el sensible Benno Sander en inaugurar las salas remodeladas de la OEA en Buenos Aires con una muesra del artista Jorge Abot con obras del período 1991-1993. Si bien yo había ya tenido la oportunidad de calibrar la incuestionable calidad de la obra de Abot en la exposición de Van Riel de 1987, sin caer en la trampa de hablar de evolución o progreso en su pintura, sí nos está permitido referirnos a su progresión estilística que revela a nuestro artista en uno de esos afortunados momentos de plenitud. Su larga estadía en España de más de una década, sin duda bien acompañado por su familia (mujer y tres hijas) fue propicia para alcanzar ese alto nivel de probidad, avalado por su formación junto al vasco Urruchúa con quien sin duda estableció esa particular comunicación que puede llegar a establecerse a partir de tener a su vez Abot ancestro vasco francés.

Pero si España, tierra de pintores, le hizo mucho bien, me parece justo afirmar que éste diálogo que ha logrado establecer con nuestra tierra nativa, parece haber juzgado aún más sus potencias expresivas.

No es fácil dentro de un estilo expresionista abstracto, coherente como lo es el de Abot, establecer las diferencias, pero según creo un ojo atento podrá señalar nuevas sutilezas, nuevas dimensiones y una peculiar “delicadeza” que, como lo quería Keyserling, es característica primordial de los suramericanos. La pincelada enérgica y por así decirlo, descarnada, de Abot, sin perder un ápice de su fuerza se desliza con toque menos trágico (cultural parentesco con Unamuno), pensemos en las diferencias de Picasso y de Braque.

El registro de estas brisas rioplatenses encuentra su contrapartida en la amplia gama de recurso con que Abot plantea sus grandes lienzos y sus papeles. Si por momentos incorpora el collage de papeles transparentes, ello es apenas una nota más, dentro de una melodía donde alternan los opacos del diluido acrílico y del óleo con los brillantes de la pintura-esmalte. Los contrastes de color, el más primordial de blanco y negro atraviesa por una gama de rojos de rara vibración, sostenidos en algunas oportunidades por naranjas que asoman a partir de finísimas veladuras.


Otras connotaciones
Algo que me llamó la atención en la pintura de Abot es un extraño parentesco que lo aproxima más a Oriente que a sus parientes de Escuela, norteamericanos. También en muchos de sus cuadros, la tentación de otorgarles títulos, y ello se debe en mi estimación a que por debajo de esas pinceladas como sablazos, asoman reminiscencias de connotaciones figurativas. Esto lo hace afín al espíritu de Paul Klee, una de cuyas ceremonias anuales era titular los cuadros según la contrapartida poética que le sugerían.

Esta relación de la pintura de Abot con otras disciplinas no debe sorprendernos ya que estamos hablando de un intelectual que no tuvo miedo de graduarse como licenciado en sociología, sin perder en esa exigente disciplina su condición de creador en el terreno movedizo de la sensibilidad.

Al cúmulo de datos que aprendió a manejar, contesta ahora con sus propias quimeras, dignas de la más inocente niñez. Recordemos a Picasso: “Lo difícil no es pintar como niño cuando se es niño, lo difícil es hacerlo cuando se ha crecido.” Todo artista que en verdad lo es, resulta así ser un custodio del ministerio que una niñez a la que no renuncia, lleva dentro de sí.

Abot cumple a cabalidad con esta condición, para demostrarlo está el aspecto sugerente que es preocupación que lo distancia con otras formas de expresionismo en que los elementos juegan a partir de lo que son, y no como en Abot de lo que pudieran ser.

Creo que esta muestra de Jorge Abot es un feliz evento para el mayor enriquecimiento de uno de los movimientos artísticos más importantes de nuestro siglo, al decir del eminente crítico José Gómez Sicre.

Yo no se si Abot habrá venido para quedarse entre nosotros, lo que puedo asegurar es que su pintura pertenece al género de lo que está dispuesto a permanecer.