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A través del mundo: El virus del amor
Mar RIolobos
Madrid, domingo 30 de marzo de 2003.
 

“Duermo en tiempo de pérdida. Te hago un favor… Son las 0 horas y 34 minutos de un nuevo día. Te dejo. Estoy cansada y me gustaría que acertara…la paz.”

 
Después del trabajo, pasadas las horas de la manifestación multitudinaria y juvenil, festiva y destrozona, inquietante: máscaras que no gustan a los que se habían juntado para la paz, señalizaciones de tráfico descolocadas para confundir, para crear el desagrado y el caos. Una vez pasadas las horas de la contestación organizada quise escapar de la encrucijada en la que me había metido y tuve que optar por resistir en la posición que me había dado. No iba a pasar la tarde en un atasco, pillada entre las fauces de los motores tonantes a nivel de calle, entre los altos edificios, cuando el aire dejaba las ondas del helicóptero gigante y seguidor de los acontecimientos del día, desde bien temprano. Así es como tuve acceso a las salas que se habían preparado para la contemplación del trabajo en soledad, en la paz construída por la voluntad poderosa de un talento, de un pensamiento evolucionado y tolerante. Allí estaban las pinturas de Jorge Abot, en la Sala Goya del Círculo de Bellas Artes.

Como venía de la contestación de la calle, penetrar en el Club de la Belleza me golpeó fuerte y miré con recorrido largo y ancho lo que estaba dispuesto en amplitud con miras de eternidad: al tiempo dentro de las tonalidades, en las amplias creaciones, en las caídas verticales de la forma…

Respirar hondo y serenarse, sólo el vigilante, un señor muy formal y dos miradas. Nada más iba a comenzar mi recorrido por una sensibilidad bien diferente pero igual. ¿Qué me llevó a la visita en ese preciso instante? Supe que había acertado con el día y la circunstancia, me curaría de algo más doliente, de la barbarie. Así fue como me acerqué a la primera obra. Iba a comenzar y giré para dar la bienvenida a una pintura que ya me había hecho efecto, un elixir de gusto que me reconciliaba con la vida en paz nuevamente, con la vida respetuosa que nos queremos dar en civilizada connivencia, si es posible. Estamos en la primera visión, rojos que retienen, por despojamiento, los impulsos que, un día, se tuvieron de permanencia. Caídas, huídas, encuentros…La belleza organizada para la superación del caos. Una vivencia y otra con argumentos de ocultación y desnudez, con la impronta del azar como manifiesto que se asume descubriendo la esencia en la que pasar los días y la tarea. Búsquedas para el hallazgo que surge del espíritu inquieto del artista con talento.

La poesía de la materia, la caricia de la paz a través del tiempo. “Cuerdas para un rojo” (arena, tela, pigmentos, papel impreso), textura, color, terciopelo, gesto, sentimientos, año 2002. Seguía la certeza y el descubrirse ante el “Canto para el rojo”, “Buscando el silencio”, “Banderas de arena”: trazos, alfabetos, pentagramas, caligrafías, ritmos, manchas, movimientos, señales…”Buscando el origen”, “Días de enero”.

Años que pasara en España Jorge Abot, los de la movida, años ochenta; cuando aprendiera de los otros, a sabiendas. Años que nos vienen en su pintura de hoy, los últimos noventa en Argentina, su casa, y los umbrales de este siglo de claros y oscuridades que no pueden cegarnos el futuro y la belleza.

Así me llegó su obra, como una lluvia benéfica. En la sala pequeña, al fondo, en el interior de una mesa, un libro en colaboración con José Hierro del año 1981, y un poema del maestro ausente, tan presente y actual en Niño, su poema.

Rey de un trigal, de un río, de una viña.
Así habrá de soñarse. Y libre. Dueño
de sí, hoguera perpetua en que arda el leño
de la verdad. Y el amor lo ciña.

Querrá subir hasta que el cielo tiña
De claridad el bronce de su sueño.
Pero no hay alas. Se herirá en su empeño.
Y llorará sobre su frente niña.

Y sabrá la verdad. Morirá el canto
En su garganta, roja de espanto
Que oye y que mira y gusta y toca y huele.

Y estrenará su corazón rasgado
De hombre acosado, de hombre acorralado,
De ejecutado en cuanto se rebele.