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La pintura de Ernesto
Jorge Abot. Buenos Aires, agosto de 2003.
 
Para el Zen, viajar es estar vivo, pero llegar a alguna parte es estar muerto. “El camino es mejor que la posada”.

En el lilbro de Eugene Herrigel “Zen y el arte de los arqueros japoneses”, su autor cuenta acerca de su experiencia como discípulo de un maestro en el arte de la ballestería. Así, Herrigel pasó cinco años tratando de encontrar la manera correcta de soltar la cuerda del arco, porque había que hacerlo “inintencionadamente” como una fruta madura hace estallar su piel, es decir, practicar sin cesar pero sin “tratar” de dar en el blanco. La flecha debe dispararse a sí misma, sin mente y sin elección.

Lo mismo ocurre cuando se aplica el uso del pincel para escribir o pintar. EL pincel debe dibujar por sí mismo. Y esto sólo ocurre si uno practica constantemente. Pero además todo debe ocurrir si que signifique un esfuerzo.

Las visiones de la naturaleza que forman la sustancia del haiku surgen del mismo modo, porque nunca se las encuentra cuando uno las busca.

El haiku artificial siempre parece un trozo de vida deliberadamente cortado o arrancado del universo. El auténtico haiku se desgajó naturalmente y encierra en sí todo el universo.

En estos días, Ernesto Morales (Montevideo, 1975) se lanza al camino. Su obra sale del taller para emprender el largo, sinuoso, complicado, fascinante sendero del arte. Su formación, sus pasiones, sus influencias, sus lecturas, sus búsquedas, sus dolores, dejan de habitar dentro de las paredes del taller y son entregadas a la espera del cierre de ese círculo entre el hacedor y los demás, a la espera de la caricia del otro, al encuentro con los riesgos del rechazo o lo que es peor, la indiferencia.

Al recorrer sus obras con estructura, buen gusto por el color y la manera de controlar un gesto que aspira a superficies mayores, uno verifica que hubo esfuerzo, que se valora el oficio, que se reflexiona, porque hay una trama a veces poco visible que subyace y unifica una materia casi oculta por una interminable sucesión de gestos y transparencias. Que pretende la coexistencia de formas de un lenguaje abstracto con evidencias figurativas: cuerpos femeninos, catedrales góticas, símbolos precolombinos, griegos, orientales con hechos de hoy: la violencia del poder, la represión, el hambre, una realidad que duele, que impulsa a gritar, que detiene, que obstruye el silencio que él sabe que necesita para crear. La fotografía intervenida como medio eficaz para el decir.

Recalco estos saberes en la obra de Ernesto porque ciertas prácticas “actuales” de los artistas jóvenes carecen de ellas.

Celebro estos primeros pasos de Ernesto, su postura, y vuelvo al principio de este comentario…se trata de esperar pacientemente que la flecha se dispare a sí misma.