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A Charly Lantero |
Jorge Abot. Buenos Aires, 2008. |
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Encontré a Charly en el Madrid del aluvión de exiliados, con heridas, con sueños rotos, que buscaban, buscábamos, un nuevo empezar en una ciudad que nos resultaba cercana, cálida, de gente solidaria, que se abría al mundo después de años de oscuridad.
No era fácil tener un lugar, pero éramos jóvenes y disfrutábamos de ese despertar cultural, aunque el corazón seguía estando "al sur".
La pintura era nuestro pasaporte para integrarnos en esa caldera creativa en que España se convirtió en los años ´70-´80. No era fácil. Las imágenes construidas en Buenos Aires, en la mayoría de los casos, no encontraban sitio en el quehacer español. Era cuestión de sobrevivir y seguir pintando, seguir haciendo y tratar de integrarnos.
Charly tenía una enorme capacidad para hacer amigos. Eran para él los tiempos en que el día era incapaz de terminar con la noche. Por eso quiero recordarlo jugando al billar, en partidas inacabables con Luis Eduardo Aute y Joaquín Sabina, riendo, bebiéndose la vida de un trago.
No se si era feliz. Sólo se que lo parecía.
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